Ésta hierba la
ofrece el Sol a sus caballos para que puedan completar cada día su recorrido
sin dejarse vencer por el cansancio.
La inmortalidad, o
más a menudo la eterna juventud, reside en una planta que los dioses tienen
buen cuidado de ocultar a los hombres mortales. Esta planta milagrosa se
aproxima enormemente a la ambrosía, el alimento de los dioses por excelencia.
Éstos sólo en ocasiones excepcionales, y siempre por voluntad de un dios,
pueden acceder a ella, alterando así el orden establecido entre seres humanos y
divinos.
La ambrosía no es un
privilegio de los dioses, sino un elemento indispensable para su condición
inmortal, que los diferencia de los humanos. Por ello la protegen
cuidadosamente, intentando evitar que los mortales se apoderen de ella,
introduciendo así alteraciones en el orden establecido. Por esta razón Zeus
castiga a Tántalo, que ha entregado el néctar y la ambrosía a los Hombres. Por
ello el mismo Zeus intenta evitar que los gigantes se apoderen del phármakon
que los podría hacer
inmortales y por tanto invencibles. Y para evitarlo el padre de los dioses
cortó la droga, expresión que delata que esta
droga es una planta.
El phármakon que preserva la juventud, que Zeus concede
voluntariamente en signo de agradecimiento. Se halla en un relato, que explica
por qué los hombres no son inmortales y por qué las serpientes mudan la piel,
transmitido por Eliano que acabó derivando en fábula, y que parece depender de
forma bastante directa del relato del Poema de Gilgamesh.
Irritado Zeus por el
robo del fuego por parte de Prometeo, entregó como premio a los que le
denunciaron una droga contra la vejez). Ellos la pusieron sobre un asno y
emprendieron el camino con él. Era tiempo de verano y el asno quiso beber en
una fuente; pero la serpiente rechazaba al asno, no quería dejarle beber.
Entonces hubo un acuerdo: el asno dio
la droga a la serpiente a cambio de que le dejara beber. Así se hizo: el asno
bebió y la serpiente mudó su piel, quedándose también con la sed del asno.
En general el
proceso de adquisición de la inmortalidad por parte de mortales no suele completarse de forma
satisfactoria. A menudo se trata de una inmortalidad imperfecta. Un ejemplo
paradigmático es el de Titono, a quien Zeus, por petición de Eos, concedió la
inmortalidad pero no la eterna juventud, lo que a largo plazo tuvo
consecuencias terribles para el amante de la Aurora.
El
caso de Glauco tiene puntos en común con el de Titono, pues algunas fuentes nos
dicen expresamente que al comer la planta, Glauco adquirió la inmortalidad pero
no dejó de envejecer. Sólo al llegar a la vejez extrema saltó al mar, pasando a
convertirse en divinidad marina.
extraído de un artículo de Helena Rodríguez Somolinos, UNED Madrid